miércoles, 6 de octubre de 2010
barrigas
Me maravilla la sencillez de la gente humilde. A menudo también me hastía. No creais con esto que pertenezco a la clase alta o soy algún tipo de pseudo paris hiton o algo por el estilo, para nada es así, pero con estas 2 afirmaciones me refiero a algo concreto. Me refiero a su preocupación por los queaceres diaros. Por la compra. Por el tiempo. Por la televisión. Por el pan. Por la carne. Jose, ¿quieres más tocino o te llega con este pedazo? Bueno María dame más chorizo que en la aldea no tenemos nada cerca para comprar y quiero llevar reservas por si acaso. Jose ¿seguro que no quieres nada más? No, Carmucha, a mi con el tocino me llega, no pidas nada más. Bueno María mejor dame también algo de pollo que ahora dice que no pero luego se enfada si no hay en casa. Vale, pues así todo sumado son 48'51 euros. Nada Carmucha, si no dejas el billete de 50 en la carnicería no estás contenta eh. Muchas gracias. ¿Llevas tu las bolsas Jose? Falta una bolsa, ¿la tienes tú? Si. Bueno, pues ya está, marchamos María hasta otra. Adiós Carmucha, adiós Jose. Fascinante. Esa pareja (Jose y Carmucha), que rondarían los 50 años, me mantuvieron esperando en la cola de una pequeña carnicería alrrededor de 15 minutos. Salieron con tantas bolsas de allí que parecía que habían saqueado la tienda entera y se iban a vivir 3 meses de supervivencia extrema en el Tíbet. Pero hubo algo en su conversación que me llamó poderosamente la atención, tal vez por ser representativo de un modo de vida, de una realidad, de un grupo social que vemos a menudo y que solemos ignorar. Esas personas, de ingresos modestos, de edad ya avanzada, que viven confinados en su piso en una ciudad de provincias, con su marido o mujer, fotos de la comunión de sus nietos y sofás antiguos con un olor particular. No pretendo generalizar, pero ¿no os suena de algo esta descripción (que aunque peca de escasa, resulta suficiente para hacerse una idea de lo que hablo)? Me pregunto a veces como es la existencia de estas personas, si de verdad es tan deprimente, minúscula, como parece. Resulta enternecedor imaginar como aman estas personas unos escasos segundos de atención. Amas de casa cincuentonas, pesaditas y en general retrógradas, de vientres abultados y con la permanente, con maridos no menos gordos, calvos, con papada (al igual que ellas)... Me resultan tan desconocidos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario