viernes, 5 de noviembre de 2010

italianos

El transporte público es desde luego una de las pocas cosas que unen gente de todo tipo, desde ancianos jubilados con sus andares torpes hasta adolescentes efervescentes que se comunican a gritos. Debido a mi condición de universitaria y al hecho de que no me he sacado el carnet de conducir, me veo obligada a hacer uso de, sobre todo, el tren, al menos una vez por semana. Por ser un lugar de encuentro común, suceden ahí las más curiosas anécdotas, y uno topa con gente que realmente llama la atención. Sin ir más lejos, la semana pasada, regresando a mi ciudad, me senté en el vagón frente a una pareja de alrededor de 50 años un tanto estrambótica. La mujer vestía un conjunto del mismo matiz carmín que sus labios, visiblemente aumentados por la cirugía. El hombre llevaba gafas de sol y tenía todo el aspecto de un rico sureño de piel morena y tardes gastadas en excursiones en barco en vacaciones. Aquel viaje frente esos dos personajillos fue absolutamente horrible. Resultaba imposible ignorar su conversación, ya que no la desarrollaban en un tono de voz normal, sino que casi vociferando, como si se encontrasen a kilómetros de distancia. La mujer hablaba arrastrando las palabras acerca de como había intentado suicidarse cuando aún era joven, y le mostraba a su interlocutor la cicatriz de su muñeca. Éste no parecía demasiado interesado, se limitaba a mirar a través de la ventana y preguntar de vez en cuando con acento italiano en qué estación se encontraban. La mujer comenzó entonces a tararear una cancioncilla. Esto pareció interesar al hombre, que la miró y se unió a la melodía, cantándola cada vez más alto. Yo no podía más que mirarlos incrédula. A mi alrededor, la gente se daba la vuelta para observarlos, algunos se limitaban a reírse entre dientes, ostros suspiraban exasperados. Cuando me bajé, pocos minutos después del comienzo de su inaguantable canción, la gente les había empezado a mandar callar. Vaya espectáculo...

miércoles, 6 de octubre de 2010

barrigas

Me maravilla la sencillez de la gente humilde. A menudo también me hastía. No creais con esto que pertenezco a la clase alta o soy algún tipo de pseudo paris hiton o algo por el estilo, para nada es así, pero con estas 2 afirmaciones me refiero a algo concreto. Me refiero a su preocupación por los queaceres diaros. Por la compra. Por el tiempo. Por la televisión. Por el pan. Por la carne. Jose, ¿quieres más tocino o te llega con este pedazo? Bueno María dame más chorizo que en la aldea no tenemos nada cerca para comprar y quiero llevar reservas por si acaso. Jose ¿seguro que no quieres nada más? No, Carmucha, a mi con el tocino me llega, no pidas nada más. Bueno María mejor dame también algo de pollo que ahora dice que no pero luego se enfada si no hay en casa. Vale, pues así todo sumado son 48'51 euros. Nada Carmucha, si no dejas el billete de 50 en la carnicería no estás contenta eh. Muchas gracias. ¿Llevas tu las bolsas Jose? Falta una bolsa, ¿la tienes tú? Si. Bueno, pues ya está, marchamos María hasta otra. Adiós Carmucha, adiós Jose. Fascinante. Esa pareja (Jose y Carmucha), que rondarían los 50 años, me mantuvieron esperando en la cola de una pequeña carnicería alrrededor de 15 minutos. Salieron con tantas bolsas de allí que parecía que habían saqueado la tienda entera y se iban a vivir 3 meses de supervivencia extrema en el Tíbet. Pero hubo algo en su conversación que me llamó poderosamente la atención, tal vez por ser representativo de un modo de vida, de una realidad, de un grupo social que vemos a menudo y que solemos ignorar. Esas personas, de ingresos modestos, de edad ya avanzada, que viven confinados en su piso en una ciudad de provincias, con su marido o mujer, fotos de la comunión de sus nietos y sofás antiguos con un olor particular. No pretendo generalizar, pero ¿no os suena de algo esta descripción (que aunque peca de escasa, resulta suficiente para hacerse una idea de lo que hablo)? Me pregunto a veces como es la existencia de estas personas, si de verdad es tan deprimente, minúscula, como parece. Resulta enternecedor imaginar como aman estas personas unos escasos segundos de atención. Amas de casa cincuentonas, pesaditas y en general retrógradas, de vientres abultados y con la permanente, con maridos no menos gordos, calvos, con papada (al igual que ellas)... Me resultan tan desconocidos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

wandering around

El inglés está de moda. Incluso gente que no tiene ni la menor idea acerca de esta lengua la utiliza en sus conversaciones, en sus entradas o en sus sms, cometiendo a menudo fallos gramáticales que resultan cómicos a los ojos de quienes sí la dominan. Esta gente se ve necesitada de recurrir al idioma más fashion para dejar claro lo "cool" que son. Pero en este caso, el hecho de que mi primera entrada lleve un título en el susodicho idioma poco tiene que ver con el status social, el afán de ser "guay" o incluso de alardear de mis conocimientos. Esta entrada se titula así debido a mi aficción a recorrer las calles de la ciudad, observando todo lo que sucede ante mis ojos, autobuses que llegan, pasos de peatones, mujeres haciendo la compra...


¿Qué sentido tiene que hable acerca de este, digamos, entretenimiento mío? Pues bien, que este blog lo he hecho para hablar acerca de todas las cosas que vienen a mi mente en esos paseos que tan agradables se me antojan. No creais que lo único que pasa por mi cabeza mientras camino son meditaciones filósificas tediosas e incoherentes, todo lo contrario, son cosas que logran causar una sonrisa. ¿De qué hablo? Bien, no lo he dejado del todo claro, o tal vez esto os parezca una entrada excesivamente aburrida o escrita de un modo demasiado rebuscado e inapropiado, tan diferente del desenfadado tono común, pero dejadme un margen, es tan solo mi primera entrada, al menos poseo el derecho a intentarlo y aprender de mis fallos ¿no? De que hablo, lo sabreis en la siguiente entrada. ¿Os pica la curiosidad? Sé que no. Mayor mierda de primera entrada no podría haberseme ocurrido. Incongruencias.